Pragmáticas hueras

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por Chema Álvarez

Termina el año y coinciden, en la fecha, dos peculiares aniversarios: el primero ecuménico en lo cultural, la muerte en 1616 de don Miguel de Cervantes Saavedra, autor del Quijote, y el segundo un tanto menos prosaico, pero de sumo interés político y social, la promulgación en nuestro país, en diciembre de 2006, de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia.

Cervantes murió a los 68 años, y su personaje principal, Don Quijote, era un hombre que cuando se echó a los caminos frisaba los 50. Ambas edades eran avanzadas para aquella época –hay que señalar que, a fecha de hoy, todavía hace un siglo, en 1916, la esperanza de vida estaba en España entre los 40 y los 45 años-, y tal que ahora tanto autor como personaje precisaron en su vejez del báculo asistencial que sólo podía procurar su entorno familiar. En el caso de Cervantes, aquejado por una diabetes, en su tiempo diagnosticada como el mal de la hidropesía, fue asistido, con mejor o peor tino, por su esposa, Catalina de Salazar y Palacios, y por su sobrina Constanza de Ovando, hija de su hermana Andrea de Cervantes.

En el caso de Don Quijote, cuya principal dolencia ha sido catalogada por la neuropsiquiatría como una neurosis mental –trastorno maníaco depresivo o trastorno delirante-, es asistido en diversos pasajes de la obra por su sobrina, Antonia Quijana, y por el ama de llaves, aunque quien mejor cuida al caballero andante es su fiel escudero, su inseparable Sancho Panza, quien no sólo le cura dándole friegas con el bálsamo de Fierabrás cuando Don Quijote, a resultas de sus aventuras, es molido a palos, sino quien, además, aporta un punto de razón, si bien según avanza la obra también él va perdiendo el juicio y adentrándose, sobre todo en la segunda parte, en los tortuosos senderos de la locura.

Los empeños de Sancho para hacer ver a su señor que luchaba contra molinos de viento fueron tan infructuosos y baldíos como hoy lo son los de quienes exigimos que la conocida como Ley de la Dependencia, aprobada hace diez años, se cumpla en su integridad.

A fecha de 30 de junio de este año que acaba, según la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, una de cada tres personas dependientes no recibe ninguna prestación o servicio, a pesar de que en la misma Ley se disponía que a partir del 1 de julio de 2015 todas las personas valoradas –TODAS- con cualquier grado y nivel de dependencia deberían estar cobrando o recibiendo las prestaciones que establece el sistema. Con el Decreto Ley publicado en el 2012 por el gobierno de Rajoy –a quien la mencionada Asociación ha concedido este año su premio “Corazón de piedra”- y que establecía las medidas para garantizar la estabilidad presupuestaria, se practicó un brutal hachazo a la financiación de la dependencia en España, estableciendo una encubierta derogación de la Ley: nada más y nada menos que 3000 millones de euros entre 2012 y 2015.

Malandrines y follones del Estado roban a manos llenas mientras quienes precisan de asistencia en sus menesteres diarios penan por lograr una mejor calidad de vida. Lamentablemente, dice mucho de una sociedad el hecho de que revaliden su poder quienes –como en el caso de Rajoy y su corazón de piedra- niegan el pan y la sal a los más necesitados mientras juran su cargo frente a un crucifijo y una biblia. Más les valdría seguir el lúcido consejo que dio Don Quijote a Sancho Panza cuando el iluso labriego fue imaginario gobernador de la ínsula Barataria:

“”No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas y, sobre todo, que se guarden y cumplan; que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen”.