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Curvas azules y sinuosas, líneas rectas y verdes, reflejos de plata chispeantes que se extienden por un total de 1.500 kilómetros. El agua en Extremadura surca la tierra como si de cicatrices se tratara y convierte a esta región en uno de los enclaves más verdes y frondosos de la geografía española. Recorrerlos, hablar con sus gentes y disfrutarlos es el viaje que proponemos. Existen tantas formas y variantes de designar al agua que abruman. Cuando en una tierra se nombra de tan diferentes maneras, el valor simbólico del agua se impone como valor cultural y social. Extremadura es una tierra extensa de más 41.635 kilómetros cuadrados, rodeada de valles, montañas e innumerables carreteras que conforman un extraño paisaje entre la belleza natural y la intervención de la mano del hombre. Un espacio singular marcado por el tránsito de sus ríos, embalses, gargantas y charcas, que producen una sensación en el viajero de estar en el lugar más mágico del mundo. Incluso el propio nombre de Extremadura está ligado al agua, procedente del latín Extrema Dori, que se puede traducir como “en el otro extremo” del Duero, un río que no baña sus tierras pero que casi linda con su límite geográfico.

Meandro del Melero, el Tajo a su paso por Las Hurdes
Meandro del Melero, el Tajo a su paso por Las Hurdes

El Meandro de Melero

Nuestro punto de partida nace en Las Hurdes, esa región que el doctor Gregorio Marañón hizo famosa tras publicar “Viaje a Las Hurdes” de 1922 para Alfonso XIII. En ella se encuentra uno de los parajes más impresionantes de la orografía española, el Meandro del Melero. Allí el río Alagón, un afluente del Tajo, rasga el relieve natural, abrazando formas en el transcurso del río como si fueran curvas de amor líquido. El Meandro del Melero impacta por su plasticidad. Desde el mirador, conocido por el nombre de La Antigua, se puede observar ese giro, que hace obligado su visita tras recorrer el camino desde el pueblo de Río Malo de Abajo, bien a pie o en coche. El atardecer fresco en verano impresiona por su luz y el reflejo de un agua metálica. Las Hurdes, una comarca que linda con la Sierra de Gata, Tierras de Granadilla y Sierra de Francia (Salamanca) conforman lo que se denomina “España Húmeda”. Sierras todas ellas que simbólicamente nos darán la pista para entender cómo el viaje del agua se inicia en las montañas en forma de nieve, sigue por los riachuelos, los ríos y confluyen en las gargantas, que estancadas generan las piscinas naturales, embalses o pantanos, y de ahí, al mar.

Castillos y buitres en Monfragüe

En ese recorrido, llegamos al Parque Natural de Monfragüe, el principal Parque Natural que aloja Extremadura. La Diosa fortuna nos protege y allí hablamos con Ángel, un biólogo extremeño gran conocedor de la zona y que se encuentra enseñando las especies que anidan por la zona. “De hecho, es algo insólito que se pueda ver un nido de cigüeña negra con polluelos desde este mirador e, incluso, observar sus primeros vuelos”, cuenta este biólogo. Una de las grandezas de Extremadura son sus gentes, que al igual que su paisaje conmueven por su orgullo al territorio que les vio nacer. Así nos sigue explicando Ángel: “Hay dos especies de buitres, uno el leonado que cría en la roca y otro, el negro, que cría en los árboles, pero indiscutiblemente la estrella del Parque es el buitre negro porque es la mayor colonia del mundo con 330 parejas. Extremadura tiene el 45% de la población de buitre negro, lo que constituye la especie emblemática, que anida aquí y va a comer a las dehesas cuando muere un animal”. El papel del Río Tajo aquí le da sentido a la orografía. “El río constituye una barrera que otorga tranquilidad a las aves”, añade Ángel, “lo que explica que aniden y nosotros lo podamos ver a través de un telescopio”. Por eso cada vez vienen más americanos y gente de Canadá, aunque los europeos siguen siendo los primeros de la lista. “Subirse al Castillo y que los buitres te pasen por encima es un espectáculo inolvidable para cualquiera”, añade. Pero desde el punto de vista paisajístico, lo más destacado, según este experto, es el Salto del Gitano por varios motivos. “La estructura geológica es única”, nos cuenta, “el corte que el río Tajo ha ido labrando poco a poco se ha ido llevando la parte más blanda y queda la más dura. Conforma una unidad paisajística exclusiva y, aprovechando ese relieve, nidifican varias especies como buitres leonados, cigüeñas negras, halcones peregrinos y alimoches”. El abismo de la Peña Falcón, más conocido como “El Salto del Gitano”, emplazado en el Parque Nacional de Monfragüe, da nombre a una antigua leyenda en la que un bandolero escapó de la Guardia Civil saltando la formación rocosa, que era una zona de paso de comerciantes entre Trujillo y Plasencia. No solamente los extremeños valoran la belleza de sus paisajes, sino también viajeros holandeses como Hendrik, que esforzándose por hablar en español, comenta que, “los paisajes del Tajo, caminar por su ribera y el monte y contemplar el vuelo de los buitres es algo sublime. Se trata de un paraje único, un lugar que yo recomendaría visitar a cualquiera”.

Salto del Gitano en Monfragüe
Salto del Gitano, el Tajo a su paso por Monfragüe

Tajo y Guadiana, dos arterias principales de Extremadura

Los dos ríos principales que atraviesan Extremadura, tanto el Tajo como el Guadiana, nacen fuera de la región. Por esta razón, el paisaje intenta retener el agua de cualquier manera posible. Para que no transite, sino que se permanezca y de vida a su entorno como las diez gargantas que existen todo el territorio extremeño.

Garganta la Olla, cerca del Monasterio de Yuste

Al lado del Monasterio de Yuste, donde decidió retirarse Carlos I de España y V de Alemania, se encuentra la Comarca de la Vera, donde se ubica Garganta la Olla, la más famosa de todas las gargantas. A su vez estas gargantas, formas geológicas que estrechan los ríos y forman cascadas, originan piscinas naturales que inmovilizan el agua al caer de nuevo al curso del río. Un lugar frecuentado antiguamente por las mujeres del pueblo para lavar las ropas. El agua de las gargantas al precipitarse producen un sonido tan mágico que calma el alma del viajero. En Garganta la Olla, entrevistamos a Carmen Sutil, de Mairena del Alcor (Sevilla), y una enamorada del clima, de la vegetación y del agua cristalina y limpia que Extremadura ofrece a sus visitantes en cada una de sus gargantas. “Sólo me he metido hasta los pies, pero repetiría ­venir a Extremadura siempre porque el paisaje es muy frondoso y yo siempre he preferido el aire de la sierra a la playa, y además se come fenomenal”.

Playa con bandera azul en el embalse de Orellana, provincia de Badajoz
Playa con bandera azul en el embalse de Orellana, provincia de Badajoz

Playa con bandera azul en mitad de la provincia de Badajoz

Además de las 21 piscinas naturales con las que cuenta Extremadura, habría que añadir la tremenda riqueza acuífera almacenada en las construcciones humanas: 39 pantanos y 134 embalses que abastecen de agua a pueblos y ciudades. De todos, elegimos el embalse de Orellana, situado en la Comarca de La Serena, que posee la única playa de agua dulce con bandera azul en España. A Ana la sorprendemos saliendo de esta playa. Nos explica como el pueblo siempre se ha volcado con la playa de agua dulce, que durante los meses de verano ofrece muchos puestos de trabajo, tan necesarios en el pueblo. “Creo que es asequible para los que viven en esta localidad, pero también para todos aquellos que nos quieren visitar”, concluye Ana. El sendero que dibujan los ríos y que transitan por todo Extremadura oscila desde las amplias superficies que retienen el agua –embalses y pantanos– pasando por el estrangulamiento de gargantas y meandros, hasta conseguir la libertad en el Océano Atlántico, donde desembocan. Ya sea por la mano del hombre o por la propia naturaleza, Extremadura intenta retener el agua como símbolo de una tierra que sabe el valor que tiene poseerla. No obstante, es consciente de que no puede retenerla porque sabe que solo en el movimiento de la misma reside su inmensa riqueza. Por esta razón, los ríos Tajo y Guadiana y todos sus afluentes, cuando cruzan las ciudades se sienten poderosos, por constatar su libertad. Como bien dice el refrán “agua que no has de beber déjala correr”.