La eterna ausencia. Cuando el Alzheimer entra en tu casa

Fotografía emocional que representa el impacto del Alzheimer en la vida familiar.
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por Teodoro Gracia


La eterna ausencia. Cuando el Alzheimer entra en tu casa

En estos últimos días he visto a personas conocidas, muchos de ellos amigos, con esa terrible enfermedad, por desgracia, cada vez más frecuente: Alzheimer. Y no puedo dejar de rememorar esa situación que yo viví con mi madre.

Recuerdo que escribí un texto muy personal en el que lanzaba una pregunta al aire, sabiendo que no iba a recibir ninguna respuesta. Hoy vuelvo a gritarla: “Si la memoria es un regalo que nos hacen cuando llegamos,… ¿Qué pasa cuando nos la quitan antes de irnos?

Es muy duro padecerla y muy dura la situación de los familiares del enfermo. Primero porque te encuentras con síntomas que desconoces cuando, tu ser querido, te confunde con preguntas sin fundamento y de repetición constante. Poco a poco vas descubriendo el terrible proceso y empieza a preocuparte su caminar desorientado, mirando a la nada.

Entras en un tiempo en el que te mira con su rostro inexpresivo y descubres que no te reconoce y ese día, empiezas a sufrir en silencio.

Intentas darle toda la normalidad que una situación así se le puede dar, mientras tanto, lo sufres en silencio, en la más absoluta tristeza porque es muy duro observar su continuo padecimiento, tu desorientación y esos ojos fijos viajando por el espacio.
Y te sientes triste, muy triste, cuando ves que ese ser querido, al que tanto amas, está danzando por la vida con pasos y movimientos descompasados. Totalmente ausente, sin una leve sonrisa que ilumine su rostro. Esa maldita enfermedad se ha llevado todo su buen humor, su alegría porque lo ha metido en una jaula sin barrotes de la que nunca serás capaz de salir. ¡La libertad de decidir es algo que ya se lo han negado de por vida!

Que duro es aceptar que tu ser querido padece Alzheimer porque es ver como se olvida de quien eres, de nuestro nombre, de toda una vida repleta de momentos compartidos.

A mí al menos, me partía el alma viéndola tan indefensa, tan resignada. Recuerdo que la miraba y en silencio, en mas de una ocasión, le ofrecí mis lágrimas y mi impotencia porque estoy seguro, al mirarla, que ya ni siquiera sus recuerdos se confunden, ni se mezclan, ni se mecen entre el pasado y el presente porque por desgracia, llegué a la conclusión que todos sus recuerdos se habían desorganizado por completo y, cansada, había dejado de luchar.

Hoy, a pesar del tiempo que hace que ella se fue, añoro aquellos momentos entrañables, cuando nos contábamos pequeños secretos, aquellas sonrisas compartidas…, pero lo que si siempre llevo por bandera desde que conocí su enfermedad es lo que gritó y gritará eternamente mi corazón: “Aunque tú perdieras la memoria y pudiste olvidar, yo la sigo manteniendo intacta y no te olvido”.

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