Pregón de la Feria de Montijo 2024

Javier Cienfuegos, alcalde de Montijo; Francisca Quintana, pregonera de la Feria 2024; y Maria Gutierrez, concejala de Cultura (foto: cedida).
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por Francisca Quintana


¡Buenas noches, distinguidas autoridades, vecinas, vecinos, amigas y amigos de Montijo!

Es un honor para mí, poder dirigirme a vosotros como pregonera de esta feria de Montijo 2024.

Como sabéis, he tenido la suerte de nacer y vivir en este maravilloso pueblo, por lo que comparto con todos infinidad de recuerdos y vivencias, y el orgullo de pertenecer a esta comunidad.

Permítanmé dar las gracias, en primer lugar a mi familia y a mis amistades, que, con su cariño, amistad y apoyo, han hecho posible que sea la persona que soy hoy y que muchos de mis sueños se hayan hecho realidad. También a los medios de comunicación, especialmente los locales, Periódico Crónicas de un pueblo y La Ventana. Sin todos ellos, no estaría hoy aquí.

Quiero agradecer a quienes año tras año, trabajan incansablemente para que esta feria sea posible.

A nuestro ayuntamiento, con su alcalde, Javier Cienfuegos a la cabeza, a la concejalía de cultura y festejo, a los cuerpos de seguridad, a los trabajadores, con mención especial a aquellos que, de madrugada, limpian y acondicionan con esmero el recinto ferial; también a los artistas, a los feriantes, y a todos los que con vuestra presencia y alegría, dais vida a esta celebración.

Juntos, conformamos la feria de Montijo, un Montijo que es tradición pero también es modernidad. Por eso, este pregón tendrá una parte de recuerdos, en homenaje al Montijo del ayer, y otra parte donde nuestra feria será la protagonista.

Pero, antes, permítanme comenzar, con un poema sencillo pero escrito con todo mi corazón a la feria de Montijo y a todos ustedes:

FERIA de MONTIJO

¡Está de feria Montijo!…
Fiel a nuestra tradición
cada siete de septiembre,
meteórica y potente,
alzan “los fuegos” su voz.

Se hace luz la madrugada,
alborozo y esplendor,
bajo mil luces de plata
que con sus fulgores bañan
rostros con la risa en flor.

Magia tiene la verbena;
la música es seducción;
y a su son se olvidan penas,
y hasta el tiempo danza y juega
del brazo de una canción

Desterramos sinsabores,
en el fondo de un cajón,
el alma rejuvenece,
y en el pecho se estremece,
sin quererlo, el corazón.

Nuestros niños ríen inmersos´
en la eufórica ilusión
de un mundo de magia pleno,
saboreando con esmero
su azucarado algodón.

Abrazos, nuevos encuentros,
que renuevan el amor.
Sueños cumplidos de aquellos
que vuelven por estos fueros,
de sus raíces en pos.

Los ecos de nuestra historia
duermen en cada rincón,
y las aceras calladas,
guardan las viejas pisadas
de aquellos que ya no son.

¡Vengan todos a la feria
de este Montijo señor,
que con los brazos abiertos,
promete, con fe y empeño,
ser el mejor anfitrión!

Feria, yo adoro tu encanto,
tu colorido y calor,
y el sentirme, entre la gente,
una más que vive y siente,
de la feria, su fervor.

Soy una persona de humilde pero honrada cuna, con unos padres maravillosos que me inculcaron unos valores y la certeza de que no hay nadie más grande que un grande de corazón.

Además del amor a mi familia, a mis amistades y a mi tierra, tengo dos amores unidos a la vocación, a los que adoro y respeto, y que son la docencia, que llevo ejerciendo muchos años y la poesía, que es parte de mí, desde que era una niña.

Gracias a la poesía, he llevado con orgullo, el nombre de Montijo a numerosos lugares de distintas comunidades de España, cuando mis poemas han sido reconocidos con premios convocados a nivel nacional e internacional.

A lo largo de las seis décadas de mi vida, he visto crecer y evolucionar este pueblo, como lo hace quien ve crecer y evolucionar a un adolescente, hasta convertirse en el Montijo que es hoy:

Un Montijo con un ayuntamiento democrático; un Montijo cultural, con multitud de asociaciones que velan por distintos derechos; un Montijo actual, pero que sigue fiel a sus tradiciones, incluso rescatando algunas del olvido; un Montijo de calles asfaltadas, hermosas fachadas y bloques de pisos surgidos donde antaño sólo había las eras.

Un Montijo donde las familias disfrutan en sus hogares de los inventos tecnológicos de estos nuevos tiempos;

familias que tienen la tranquilidad de saber que sus hijos pueden estudiar hasta donde deseen, ser lo que quieran ser y que tienen abiertas las puertas a muchas posibilidades en el mundo laboral.

Un Montijo que puede presumir de su monumental teatro, que promociona con afán la cultura en muchas de sus facetas; de su centro de salud; su gran piscina; sus parques, sus jardines, su hermoso convento restaurado y de nuestras magníficas iglesias. Un Montijo donde abundan todo tipo de empresas, tiendas, y un amplio abanico de locales del sector de restauración.

Pero yo he conocido aquel Montijo de hace más de seis décadas, con sus calles de tierra, en las que, en invierno, el agua se acumulaba formando charcos, que hacían las delicias de los niños.

Calles por las que transitaban numerosas bicicletas y los carros cargados de heno y otros productos agrícolas, quedando sus rodadas marcadas en el barro. Un barro que mis amigas de la infancia y yo, modelábamos con nuestras manos, haciendo canalillos que cambiaban el curso del agua de la lluvia, formando diminutos riachuelos, como si fuéramos pequeñas constructoras.

Así mismo, compartía con ellas a esos juegos de antes, algunos de los cuales ya sólo están en el recuerdo de los que los hemos vivido:

Jugar con las muñecas, a las casitas, al un, dos, tres, al escondite, al aro, a la comba, al piso, a la picota…a La Calavera el Conqui…y he degustado, en la calle, multitud de meriendas de pan y chocolate, de las marcas Kitín, Tucán o El Gorriaga…, y el apetitoso canterón de pan con aceite y azúcar.

He conocido aquel Montijo en el que la mayoría de las viviendas eran casas, de blancas fachadas encaladas, cuya blancura reverberaba bajo el sol de las siestas.

Ese Montijo en el que, en verano, después de atardecer, podía verse a las familias, sentadas en sillas de bayón, en las aceras de las puertas de sus casas, alumbradas por la amarillenta luz de las bombillas desnudas que colgaban de algunas fachadas.

¡Con cuánto cariño recuerdo aquello! Allí se paraban las personas que iban paseando y era una forma de alternar y saber un poco los unos de los otros.

Conocí cómo los hombres, con sus pañuelos blanquinegros anudados en la cabeza, entraban la paja para las vacas y las mulas que tenían en las cuadras de sus casas.

He conocido aquel Montijo en el que los lecheros iban vendiendo la leche de puerta en puerta, al igual que los pescadores los peces de río.

Recuerdo cuántas veces bajaba con mi madre a la calle cuando pasaba el aguaó, que portaba en su burro el agua potable, para comprarle un par de cántaros.

Así mismo, recuerdo que esperaba con ansia la voz del heladero, que pregonaba sus helados, y cómo, descalza, corría hacia la puerta para decirle que parara, mientras llamaba a voces a mi madre para que me trajera los dos reales o la peseta para pagarle.

Me encantaba ver cómo el afilaó afilaba algún cuchillo o tijeras, ya fuera nuestro o de alguna vecina, pedaleando en su bici especial donde la piedra soltaba pequeñas chispas brillantes.

¡Cómo olvidar la cantinela del latero, recorriendo las calles, ofreciéndose a arreglar las cacerolas y sartenes a las que el uso continuado o algún golpe, les había dejado algún que otro agujero!

Acuden a mi memoria multitud de bellos recuerdos, que ganan en valor cuanto más tiempo pasa, como el de ir a comprar carbón a la carbonería de la esquina de mi calle, Puerta del Sol; Ir a la churrería de la misma acera o al comercio de comestibles que había enfrente. Todos nos conocíamos y había un trato siempre afectuoso.

¡Y cómo olvidar la fragua de la Puerta del Sol, junto enfrente de nuestra casa!

Recuerdo que, de muy niña, me pasaba horas mirando por la ventana. Me fascinaba ver cómo el hierro al rojo era golpeado por el martillo, sobre el yunque, luego, lo sumergían en el agua del pilón, lo que provocaba una pequeña nube de vapor, y después, volvían a golpearlo…hasta que quedaba con la forma deseada.No quiero olvidar mencionar algunas de las emblemáticas tiendas de entonces. Recuerdo que acompañada de mi madre, íba a comprarme los zapatos Gorila, a La Valenciana, o a la droguería del borreguito, de la familia Pérez de los Ríos, a comprar la colonia a granel o los jabones de tocador, Heno de Pravia o Maderas de Oriente.

Otras tiendas que frecuentábamos eran la zapatería de Las Pérez y las de ropa de La Marquesina, El Águila, Manolo Rivera o Colino, o la tienda de Simón.

Desde niña, aprendí a disfrutar y valorar la feria de Montijo.

El día ocho era de los pocos días del año en los que mi padre, un hombre del campo, no trabajaba, por ser el día grande de la feria, día de la Virgen de Barbaño, nuestra patrona.

Un recuerdo inolvidable para mí es cuando iba de la mano de mis padres, con mi trajecito nuevo y el corazón palpitante ante la aventura que suponía poder montarme en “los cacharritos”.

Ese era el único día en el que yo veía a mi madre pintarse los labios e ir a peinarse a la peluquería, y a mi padre ponerse su único traje y la camisa blanca, que contrastaba con su piel tostada por el sol.

El cine de verano era, para nosotros, el único espectáculo al que íbamos juntos cada año. Al salir, no podían faltar unos churros, un algodón de azúcar y algún viaje en los caballitos. Y si había suerte, irnos a casa con algún regalo de la tómbola.

En la hora de la siesta, mientras todos dormían, yo aprendí a contarle al papel mis sentimientos, me enamoré de la poesía y mi pasión por escribir fue en aumento. Con el tiempo, esas horas pasarían a ser las horas de las madrugadas, o como yo las llamo, las horas de las brujas, motivo por el cual, mi último libro se titula “En las horas brujas”.

En muchos de mis poemas se plasma mi amor a la tierra, al campo, al amor y, en todos, a los valores que me enseñaron mis padres.

Y ahora, guardemos de nuevo los recuerdos en nuestra alma, y hablemos del Montijo actual y su feria:

Nuestra feria es mucho más que una festividad. Es un homenaje a nuestra identidad, a nuestras costumbres y a nuestra historia. Es el reflejo de un pueblo que ha sabido mantener viva la esencia de sus tradiciones, sin renunciar a la modernidad.

En estos días, Montijo se convierte en un lugar de encuentro, donde muchas familias se reúnen, los amigos se reencuentran y los visitantes disfrutan de esa hospitalidad y amabilidad que define a nuestro pueblo.

La feria de Montijo es un escaparate de nuestra cultura y gastronomía. Como pueblo que sabe disfrutar de nuestras tradiciones, en los hogares montijanos, se degustan esos platos típicos, cuyas recetas heredamos de nuestras madres y abuelas, al igual que ellas de las suyas.

La feria nos invita a intentar dejar a un lado las preocupaciones y dejarnos llevar por su magia, disfrutando de la compañía de nuestros seres queridos y disfrutar cada instante.

Las atracciones, las casetas, los espectáculos, y el recinto ferial, están preparados para hacernos vivir momentos únicos que quedarán en nuestra memoria.

La feria es también un tiempo para la solidaridad y la reflexión. Es momento para la generosidad, la empatía con aquellos que no pueden disfrutar de ella porque pasan por momentos difíciles. Abrámosles nuestro corazón y brindémosles nuestro apoyo, si está en nuestras manos. Colaboremos con las asociaciones que luchan por los enfermos y por la investigación.

Recordemos también a las montijanas y montijanos que ya no están con nosotros, a nuestros familiares y antepasados.

Todos ellos, los que nos dieron la vida, nos brindaron su sacrificio y nos regalaron todo su amor, pusieron su granito de arena para que Montijo sea el gran pueblo que es hoy.

Por ello, y por mucho más, siempre ocuparán un lugar preferente en nuestros corazones.

¡Viva Montijo! ¡Viva la feria de Montijo! ¡Viva la Virgen de Barbaño! ¡Y vivan los montijanos!, los que fueron, los que son y los que serán!

Gracias a todos. ¡Disfruten de la feria!

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