ROSITO

Foto de Emilio Vega Silva, Rosito, en la primera página del artículo "El color del cartón" de Chema Álvarez, publicado en el fanzine Tabútaco (foto de Antonio Sánchez y Nuria López).
Foto de Emilio Vega Silva, Rosito, en la primera página del artículo "El color del cartón" de Chema Álvarez, publicado en el fanzine Tabútaco (foto de Antonio Sánchez y Nuria López).
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por Chema Álvarez


Me llega la triste noticia de que en su pueblo, que también es el mío, se nos ha ido Emilio Vega Silva, a quien todos conocíamos como Rosito, por ser hijo de Rosa, trapero de profesión y errabundo de condición.

Aunque siempre le había visto por el pueblo, sujeto a la mofa de todo el mundo, que se reía de él por su aspecto y su oficio, nos conocimos un día del verano de 1987. Él tenía 53 años y yo 20, y junto a otros amigos nos sentamos en una de las terrazas de lo que entonces era la cafetería del Rincón de Padre Dimas, para que nos contara su historia.

Le invitamos, lo recuerdo, a tomar un refresco de limón, que agradeció sobremanera, mientras no le quitaba ojo al carrito que llevaba cargado de cartones y periódicos viejos, recogidos por los comercios y calles del pueblo.

Nuestro interés estaba en publicar un artículo en la revista de ferias que sirviera para que Emilio dejase de ser la mofa y burla de todo un pueblo, donde los niños acostumbraban a perseguirle por las calles haciéndole burlas y los mayores a engañarle y convencerle para hiciera o dijera tonterías, sin caer o sin importarles que Emilio, en realidad, sufría una enfermedad psíquica, lo que unido a su terrible pobreza le convertía en pasto de risas y rechiflas, hasta el punto de que cuando le preguntamos qué era a lo que más temía en este mundo, nos contestó: a los niños.

No publicamos aquel artículo en la revista de ferias, porque otros asuntos que no vienen al caso no nos lo permitieron, pero sí lo hicimos en un número extra del fanzine Tabutaco, que hacíamos entonces, con un texto bajo el título de «El color del cartón» que redacté yo, con la firma de «Tabutaco y nadie más», y con fotografías de Antonio Sánchez y Nuria López, que me acompañaron aquella tarde de verano en la que tomamos unos refrescos.

Emilio Vega Silva, Rosito (foto de Antonio Sánchez y Nuria López publicada en el fanzine Tabútacxo).
Emilio Vega Silva, Rosito (foto de Antonio Sánchez y Nuria López publicada en el fanzine Tabútaco).

Una de esas fotografías ilustró la portada de aquel Tabutaco.

Aquel artículo fue muy leído y cumplió su objetivo.

Presentamos a Emilio, Rosito, en su faceta más tierna y natural y notamos que, a partir de entonces, empezó a ser tratado de otra manera, y aunque no cesaran las burlas, sí amainaron y, con el tiempo, Emilio fue reconocido por el pueblo, hasta el punto de que hoy día un parque en Montijo lleva su nombre, aunque no su apodo, pero es conocido por todo el mundo como «Parque de Rosito», donde juegan multitud de niños y niñas.

Supe de Rosito hace poco tiempo, de que andaba bastante mal y en la residencia.

Lo supe por mis alumnos y alumnas de Atención a la Dependencia, que hacían las prácticas en esa residencia. Siempre les dije que le cuidaran bien, que le dieran una caricia de mi parte. Sabía que le quedaba poco.

Ahora que ha muerto recuerdo todo esto y sigo sintiendo una inmensa rabia, porque veo cerca de mi casa a otro conocido, muy joven, con nombre diminutivo de un fruto, sentado junto a un centro comercial con un cartel de «Soy pobre», que de vez en cuando da vueltas por este pueblo y los de alrededor y expresa su alegría mediante bailes y risas, y que también padece una enfermedad psíquica, y anda por los vídeos de las redes, como pasto de la mofa y de la burla de niños, adolescentes y mayores.

No hemos aprendido nada.

Siempre te echaremos de menos, Emilio.

Siempre estarás en nuestro corazón.

Te dejo el soneto acróstico que un día publiqué para ti.

No sabías leer, pero sé que una buena amiga te lo leyó, y sonreíste.

Que la tierra te sea leve, amigo. Viaja en compañía de tu carrito. Donde vayas, no habrá niños.

Soneto acróstico para Emilio, Rosito.

Envejecen las calles de Montijo,

mas él, hace ya tiempo sin sombrero,

inclinado, paso corto, ligero,

las limpia tal que ayer, sin rumbo fijo.

Inocencia infantil. Un acertijo

oculto en su mirada de trapero

vela el escarnio de un pueblo entero,

endeudado con el que es su hijo.

Guardas sueños de cartón y aún esperas

aquella promesa de un carrito;

sitibundo buscas por las aceras

inciertos albergues de lo escrito.

Leerlos querrías, si acaso supieras,

ver tu nombre: hijo de Rosa, Rosito.

A Emilio Vega Silva, con estima.

Chema Álvarez Rodríguez.

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