Hacia un horizonte utópico

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por Juan Pablo Sánchez Miranda

Hoy me gustaría enterrar para siempre varias cosas. Empezaría con toda la falsedad, con la mentira disfrazada en sonrisas transparentes al viento, con las caras ocultas de las personas que esconden el puñal para clavártelo en la espalda y saciar con sangre la envidia, esa sucia bestia que les corroe por dentro fundiendo sus noches y sus días en un crisol mugriento y envenenado.

Hoy querría decir adiós también a los filos hirientes de las palabras, al hacha embotada de la desigualdad, a los dobles sentidos que atrapan la integridad de los demás y a las lágrimas eternas que fluyen hacia el espesor más amargo y oscuro de la noche. Alguien dijo una vez que el hombre es un lobo para el hombre. Ojalá fuera así, pues a pesar de todo, el lobo es compasivo con los de su especie y jamás se alimentaría de la carne de los suyos. ¿Acaso nadie ha visto a otra persona alimentarse del daño que vierte sobre otra, beber en copas doradas el sudor de los que explota en jornadas laborales eternas o robar con manos ávidas el pan del de al lado aún teniendo el vientre lleno a reventar? Nuestra especie, por desgracia, es así.

Hoy sacaría también el blanco pañuelo del olvido para despedir al amor plastificado y vendido al por mayor, a todos los que no se cansan de echar dinero (podrido, por supuesto), en unos bolsillos rotos que desembocan en sacos negros rebosantes de avaricia, también a esos jueces tan ciegos como la Justicia a la que sirven, a los que marcan con fuego de odio las pieles y pensamientos diferentes a los suyos y cómo no, a los asesinos inclementes cuyo único don en este mundo es el de convertir la alegría en miedo usando sus propias manos, o mediante flores espinosas, que transforman en armas para saciar su hambre voraz con vidas inocentes sin hacer ningún tipo de distinción.

Todo eso enterraría para que nunca volviera a ver la luz, y sobre el montículo de tierra, como único recordatorio de lo que yace abajo enterrado, como estandarte de ese horizonte utópico al que quiero encaminarme y encaminar a todos mis iguales, clavaría con todas mis fuerzas la pluma con la que escribo, no podía ser de otra forma.