“Agudo”: un comercio histórico

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por Alfonso Pinilla


Antonio Agudo González encarna la cuarta generación de una familia dedicada al comercio

Sin “Agudo” el comercio montijano no se entiende, pierde solera e historia, identidad y personalidad. Ahí sigue su mercería-librería-papelería, dominando una de las esquinas de la Plaza de España, inmortal, guardando memoria y vivencias a uno y otro lado del mostrador.


Podría decirse, en términos monárquicos, que estamos ante Antonio Agudo IV. Su bisabuelo, Antonio Agudo del Valle, llegó a Extremadura desde Ciudad Real a finales del siglo XIX. Era comerciante, vendía de todo, como antiguamente ocurría, y así pudo consolidar su situación y forjar una familia. Él inició la dinastía.

Después vendría su hijo, Antonio Agudo Conde, que llegó a Montijo en la primera mitad del siglo XX para poner en marcha un establecimiento situado en la Plaza de España, dedicado a la venta de zapatos y artículos de mercería.

Aquel negocio fue consolidado por su hijo, Antonio Agudo de los Ríos, que tuvo la buena idea de incluir juguetes en la amplia oferta de artículos a disposición del público. Fue entonces cuando el joven Antonio Agudo González, hijo del anterior, nuestro Antonio Agudo IV, pasaba las ferias de Montijo colocando los juguetes que harían las delicias de los muchachos.

El comercio ha cambiado mucho, incluso ya se vende por internet, a la vuelta de un clic, pero “Agudo” sigue siendo un negocio familiar, una tienda familiar, que trata al cliente como amigo, cara a cara y honestamente. He ahí el secreto, confiesa Antonio, de que su establecimiento haya prosperado durante cuatro generaciones y siga teniendo un buen futuro: “no se puede engañar a nadie, hay que ser amigo del cliente”, aconsejándole lo mejor, según sus preferencias. Sencilla y sabia receta.

Como sus antepasados, Antonio hizo de su tienda su casa, y así trataba siempre a quienes se acercaban a ella. Es un hombre simpático, inteligente y honesto. Una muestra de estas virtudes pude comprobarla durante la conversación que mantuve con él para pergeñar este artículo. Me contó que, en “Agudo”, trabajaron muchas personas que después decidieron montar su propio negocio, a las que les fue muy bien, de lo cual se alegraba sinceramente. “Hemos sido una escuela”, me dijo, “y yo me siento muy orgulloso de que los alumnos prosperen y superen al maestro”.

Hoy, “Agudo” sigue estando en plena forma. Antonio y su esposa, Leo, han llevado el timón de la nave en los últimos años, pero el futuro ya se ha hecho presente en su hija Celsa, que sigue recibiéndonos con su espléndida sonrisa. Junto a Macarena, también la simpatía por bandera, forman una tripulación que mantiene “Agudo” viento en popa a toda vela.

Ahí sigue, dominando una de las esquinas de la Plaza de España, inmortal, guardando memoria y vivencias a uno y otro lado del mostrado

Después de hablar con Antonio, hicimos un pequeño viaje en el tiempo por la trastienda, y allí estaban guardados viejos periódicos de principios de siglo –en la portada de uno de ellos, la noticia del hundimiento del Titanic– y juguetes de mi infancia, como aquél “Fuerte de Comansi” con el que soñábamos entre asaltos a diligencias y escaramuzas entre indios y vaqueros. “Agudo” fue el cliente número 50 de la prestigiosa editorial Anaya, la Revista Hola lo felicitó por llevar 80 años trayéndola a sus estanterías, y así, un sin fin de contactos y contratos, de documentos que demuestran más de un siglo de trayectoria. Todo un patrimonio histórico de nuestro pueblo al cruzar sus puertas. En su almacén, entre sus cajones y vitrinas se guardan miles de anécdotas que dan para un libro. “Un desodorante en spray”, le pidieron un día a una compañera. Y ella le dio al cliente, sin darse cuenta, espuma de afeitar…

Así han transcurrido más de cien años de historia, entre la sonrisa limpia de quienes han abierto las puertas de su casa a muchas generaciones de montijanos. Y al declinar la semana, mientras bajaba la persiana del escaparate, un fado cercano invadía el alma de Antonio para recordarle que Portugal le esperaba, como siempre, a la vuelta de la esquina.